Al cumplirse treinta años de su muerte, la Universidad de Buenos Aires recordó en un acto académico al profesor Luis Jiménez de Asúa, maestro de Derecho penal y político de relevante desempeño en la Segunda República española.
Don Luis, como lo llamábamos los que tuvimos el privilegio de aprender con él, fue en su vida, tanto pública como privada, un idealista obstinado que encarnó las más nobles tradiciones liberales españolas.
Debió sufrir destierro en las Chafarinas por defender a Miguel de Unamuno, profesor de griego y Rector magnífico de Salamanca, uno de los intelectuales que con más vehemencia combatiera la dictadura de Miguel Primo de Rivera, comenzando así una nombradía política que no buscó y le llegó como un reconocimiento popular al hombre de derecho, que libre y de buenas costumbres, combatió con severidad lo que consideraba injusto.
Su ingreso a la política, sin por ello dejar la cátedra posibilitó que, junto con Julián Besteiro, Fernando De los Ríos y Luis Araquistáin, fueran el soporte intelectual que diera fundamento científico y trascendencia humanista al socialismo de Pablo Iglesias. Es que como señalara Lázaro de la Merced, al despedir sus restos, envueltos en la bandera tricolor, en el porteño cementerio de La Chacarita: " ... no era ni por temperamento ni por vocación un político, sino un jurista, un maestro de derecho que hubo de ejercer la política llevado por las circunstancias y su sentido ético de la vida, en defensa de la liberta en contra del fascismo... "
La beca recibida del Instituto Libre de Enseñanza le permitió perfeccionar sus estudios con Von Lisz en Berlín, con Gautier en Ginebra y con Garcon en París, lo que de regreso a España, le posibilitó, obtener por concurso su cátedra (1918) en la Universidad de Madrid.
Además estudió con Stooss en Suiza y Thyren en Suecia, ambos discípulos de Lisz; tal vez por ello, aditado a la traducción que hiciera con Saldaña, más el apego al método de casos, hizo que Antón Oneca lo haya calificado como el más lisztiano de los penalistas españoles.
La mayor parte de su obra está dedicada a la dogmática, pero pronunció (1929) aquella famosa frase sobre que la Criminología que se tragaría al Derecho penal, que pese a los casi 70 años transcurridos todavía algunos siguen repitiendo, pero deben comprender que es positivo que un científico del derecho en más de medio siglo de docencia cambie y actualice sus opiniones. El maestro en modo alguno ignoraba que el delito tal como lo estudia el derecho penal, es un concepto jurídico, en tanto que para la criminología o mejor para las distintas criminologías, el delito, es un hecho.
Doctor honoris causa, profesor o miembro de honor de cincuenta universidades, academias e institutos científicos. Vicepresidente de la Association Internationale de Droit Pénal y miembro del Consejo directivo de la Societé Internationale de Criminologie.
Autor de innumerables trabajos, abordados con ayuda de abundante documentación que manejaba con admirable destreza, los transforman en verdaderas fuentes de información de las distintas posiciones científicas en la especialidad, desde "La sentencia indeterminada" su tesis doctoral (1913) hasta la inconclusa obra magna, los siete tomos del "Tratado de Derecho Penal" del que Pisapia manifestara que: "Más que un tratado, la obra se presenta casi como una enciclopedia".
Su elocuente defensa y consiguiente absolución de Francisco Largo Caballero, en el proceso promovido con motivo de la Revolución de Asturias, hizo que atentaran contra su vida, saliendo ileso pero falleciendo su escolta. Diputado a las Cortes de la República, en gran parte se debe a él la Constitución de 1931, documento donde figuraron instituciones que abrieron a España al moderno constitucionalismo social.
"En el alba de la República - diría años más tarde - el cuerpo de la nueva España era demasiado pueril para vestirlo ya de largo. La revolución que la gente no hizo, la esperaban de sus ministros. Pero para que la libertad de conciencia recibiese resguardos constitucionales, deberían haberse ya liberado las conciencias".
El Código republicano de 1932 fue en gran medida de su autoría, pero en modo alguno puede atribuírsele la llamada Ley de Vagos y Maleantes, sino que, como escribiera en 1934, él junto a Ruiz Funes, también diputado y luego exiliado en Méjico, formaban parte de la minoría parlamentaria y dada la calidad académica de ambos, pudieron sustituir en el proyecto del oficialismo, figuras típicas por categorías de estado peligroso y penas por medidas de seguridad, tan en boga por aquel entonces.
Destacado en la misión diplomática de Praga, permaneció allí hasta el ingreso de las tropas nazis; pasando luego a representar a España ante la Sociedad de las Naciones.
En 1939, se asiló en Buenos Aires, sin una "perra chica", resultando una paradoja en este mundo postmoderno de hoy, tan falto de valores y utopías, que quien en Checoslovaquia comprara parte de las armas para la República no hubiera recibido comisión alguna, porque como nos contaba: "él no lucraba con la sangre de sus camaradas".
Aquí fue fraternalmente auxiliado por Jerónimo Remorinos, por entonces propietario de "La Ley", una conocida revista jurídica, que le pagó quinientos pesos por unos artículos y por el profesor Eusebio Gómez que posibilitara su contratación en la Universidad Nacional de La Plata (Provincia de Buenos Aires).
Entre los años 1955/1958, ejerció la cátedra en la Universidad del Litoral (Santa Fe de la Vera Cruz) dejando su impronta en la creación del Instituto de Derecho Penal y Criminología. En Buenos Aires lo conocí en los sesenta, era yo un muy joven estudiante, sintiéndome fuertemente atraído - como suele decir De Rivacoba y Rivacoba - por su poderosa personalidad y por la humanísima ciencia que cultivaba con amor indefectible que, con entrega absoluta enseñaba.
La "noche de los bastones largos" (1966) como consecuencia de la dictadura Gral. Onganía, lo alejó definitivamente de la Universidad, creando así el Instituto de Estudios Jurídicos Superiores de la Asociación de Abogados de Buenos Aires y la Revista de Derecho Penal y Criminología, antecesora de Nuevo Pensamiento Penal y de Doctrina Penal, que como suele decir el Baigún, otro de sus discípulos porteños, heredaron la orientación de aquella revista fundada por Don Luis.
Es que él como otros tantos españoles de la diáspora, formaron parte de esa legión de entrañables "gallegos" a los que la Universidad argentina y por que no la Latinoamericana tanto deben.
A la muerte de Diego Martínez Barrios (1962) fue designado Presidente de la República Española en el Exilio, cargo que desempeñó hasta su muerte. Pero como manifestara Juan Catrecasas, en su discurso fúnebre: "no hay muertos mientras vivan en el recuerdo de los vivos, y D. Luis, permanecerá ciertamente en nuestra memoria".
Por todo ello, por la creatividad de su intelecto, por su enorme calidad humana, coraje y probidad; que supo tanto insuflar a sus discípulos como a sus camaradas de partido - algunos casi analfabetos - pero que él trataba de igual a igual, por todo ello muchas gracias Don Luis. Hoy puede Ud. descansar en paz en el Madrid que tanto amó, aquel de su otrora Universidad de la calle ancha de San Bernardo.
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